ALBERTO LAISECA, REPORTAJE Y FRAGMENTO

Alberto Laiseca
Delirios de un novelista pasional
Por Flavia Costa
(La Nación – 23.05.99)

EL SINGULAR NARRADOR ALBERTO LAISECA HABLA DE "EL GUSANO MAXIMO DE LA VIDA MISMA", UNA NOVELA DESOPILANTE, RECIEN EDITADA POR TUSQUETS, QUE ES TAMBIEN UNA TEORIA SOBRE EL SEXO, EL PODER Y EL DESTINO DE LOS HOMBRES

Llámenlo magia, azar, capricho, como quieran, pero algo de eso hay. Una armonía misteriosa hace corresponder la anatomía con rasgos dominantes del espíritu. Fíjense, si no, en Alberto Laiseca. Enorme, erudito en cosas raras, delirante ocasional, encantador. Todo lo que resultaría excesivo para los cánones corrientes es perfectamente normal en su universo hiperbólico: mide casi dos metros, es corpulento, lleva bigotes anchísimos, jeans y camisa blanca con alforcitas, de las que se usaban en los 70. Escribió una novela de 1.350 páginas, Los sorias, a la que Ricardo Piglia calificó como "la mejor novela argentina después de Los siete locos" y que le llevó 10 años de trabajo y 20 de espera taoísta, hasta que al fin fue editada en 1998. Escribió otras no tan largas pero igualmente contundentes: Aventuras de un novelista atonal, La hija de Kheops, El jardín de las máquinas parlantes, La mujer en la muralla (que acaba de ser reeditada). Todas escritas en un idioma propio, donde hay palabras como "chichi" (malvado), "manijas" (brujerías) y "cosillas" (cosas chiquitas: los diminutivos Laiseca se dicen con elle).

Nació en Rosario en 1941. No tuvo una infancia feliz. Intentó estudiar ingeniería, pero abandonó para dedicarse a estudiarlo todo, por su cuenta: desde física cuántica y economía hasta astrología e historia de los sumerios. Se dice pagano y politeísta. Fuma todo el tiempo, alternando Imparciales y cigarritos Tango. Elige escenarios y personajes a su medida: la China de la Gran Muralla, el faraón Kheops, la lucha entre los imperios Tecnocracia y Unión Soviética. Incluso el gusano que protagoniza su última novela, recién editada por Tusquets, está lejos de ser un insignificante gusanito de jardín. Para nada: es El gusano máximo de la vida misma, un monstruillo sexópata que se aprovecha de sus muchos pseudopodios para abusar de cuanta señorita encuentra en departamentos y cloacas de una Nueva York sospechosamente parecida a Buenos Aires.

La cita es en su casa de San Telmo, un departamento modesto y luminoso que comparte con su mujer y sus gatos Greta, Lenin y Chop en un complejo habitacional construido para obreros en los años 30. Amable, parsimonioso, se sienta a la mesa de madera, trae dos ceniceros y dice, como al pasar: "Prendé el grabador, nomás. Vos querías preguntarme algo".

-¿Cómo nació este ser estrafalario, "el gusano máximo de la vida misma"? -Cuando uno está muy reprimido -esto lo sé desde la infancia-, inventa personajes superpotentes que hacen lo que se les canta. Yo siempre digo que soy un dictador frustrado. En mis novelas conduzco ejércitos, tengo poderes mágicos maravillosos. Es un mecanismo de compensación psíquica. Los escritores tenemos esos mecanismos. Recuerdo, por ejemplo, un día que estaba muerto de frío y de hambre en una pensión roñosa. Entonces me acosté y me puse a leer unas viejas efemérides de 1968 o 1969 que había comprado en una librería de viejo, de ésas que traen la historia de México o Nicaragua, con anécdotas extraordinarias sobre dictadores de la época. Y se me fue el frío, el hambre, todo: empecé a escribir historias graciosísimas de dictadores inventados. Lo mismo me pasó con el gusano. Hace siete años yo estaba en un período especial, con muy poca guita. Y si bien ya no hacía una vida underground, me salieron afuera esos recuerdos. Me habían echado del diario La Razón, muchas cosas habían colapsado a mi lado. Estaba acostumbrado a una vida y de repente, prácate, me fui al carajo. Así tuve un arranque de superpotencia para compensar la impotencia: empecé a escribir fragmentos de narrativa con este personaje que me encantó. Pensé en hacer cuentos, pero después vi que daba para más y los hilé en una novelita.

-En ese sentido esta novela es diferente de otras anteriores, que tuvieron todo un programa detrás, años de investigación, como La mujer en la muralla, Los sorias. -Sí, esto tiene un estilo historieta de aventuras. Como cuando un guionista descubre un personaje y todas las semanas escribe un cacho. Sin duda La mujer... es otra cosa; ni hablar de Los sorias o El jardín... Esto fue como un descanso. Y hoy me están empezando a ir mejor las cosas, así que acaso también fue un exorcismo.

-En la novela usted evoca una infancia de mucho maltrato y humillación. "Fue un verdugueo continuo: un niño en manos de un padre loco, cruel e injusto." -Sí, todo lo que cuenta el gusano es autobiográfico. Yo fui un niño absolutamente soviético. No por ideología, sino por la presión social. Mi padre era Josef Stalin, no sé si sabías. Y la única forma que tenía de defenderme de los confinamientos, de la obligación de construir gasoductos fue la imaginación, escribir. Escribir y el juego de las figuritas, un juego que yo había inventado. Dibujaba personajes, los recortaba y los hacía formar historias. Ejércitos en marcha, expediciones que buscaban tesoros o rescataban princesas. Ese juego me salvó. Y también la pandilla con los enanos, esa que repudiaban mi viejo, el tío Enrique y la tía Zulema. Porque los nombres son esos, los puse tal cual. Yo tengo mucha memoria y te aseguro que los comentarios son textuales: "A ver si te hacés hombre, ?dejate de joder con los enanos!". Han pasado 45 años, pero no lo olvido. La espina de tiburón en la garganta, como digo en el gusano, la tengo atravesada todavía.

-¿El arte es siempre una "compensación psíquica"? -Yo no sé qué motivaciones tendrán otros: para mí, todos los escritores tenemos cosas para compensar psíquicamente. Posiblemente en el mundo de la plástica no sea así. Yo a los pintores los veo mucho más cerca de lo concreto. Puedo equivocarme: si pienso en Van Gogh o Toulouse Lautrec, vaya si tenían cosas para compensar. Pero mirá tipos como Gauguin. Se fue a las islas, se cogía chicas lindísimas, sólo quería pintar. Representar las cosas hermosas que veía afuera y adentro suyo. Pero tengo la impresión de que los escritores hemos tenido que combatir mucho, en algún período de nuestras vidas, con las abstracciones, contra el no aceptar nuestra vida. Yo hace años que vencí eso, pero tenía un amigo que hablaba de árboles, pájaros, flores, y jamás había visto un pájaro ni nada. Por supuesto había ido alguna vez a una plaza, pero le daba lo mismo un gomero que un eucalipto; no le daba bola. Y era un genio. Pero ¿de qué te sirve ser genial si rechazás la vida? Es un problema de los escritores: demasiada abstracción.

-Bueno, también está la pintura abstracta. Kandinsky, por ejemplo... -A mí no me gusta Kandinsky, ése es el problema. Me gustan los surrealistas, pero no los cubistas, los abstraccionistas. Yo rechazo fundamentalmente la abstracción.

-¿Por qué? -Porque para ser abstractos tenemos toda la eternidad. Ahora estamos en el mundo de lo concreto. Yo quiero la mujer, el vaso de cerveza, la montaña. No me gusta la poesía abstracta, ni la pintura ni -va de retro- la escultura. Y tampoco, por supuesto, la música abstracta. Fijate: Arnold Schoenberg, Stockhausen. Creo en el genio de todos ellos, así como también creo que pusieron su genio al servicio de una idea estética errónea. No sé, la Venus de Milo me gusta mucho: es una gordita tetona magnífica, lástima que no tiene brazos.

-Tanto en Los sorias como en El gusano... aparecen tres espacios: Tecnocracia, Unión Soviética y Soria. Curiosamente usted pone el centro de gravedad en Tecnocracia. Y es curioso porque en general las tecnocracias tienen muy mala prensa. -Sí, lo que pasa es que yo creo en una tecnocracia teológica-ontológica como idea política, como futuro posible. Las jodas que yo hago ahí con el gusano, esas ideas sobre la economía, son todas ideas mías. Exageró un poquito el gusano, con su despotismo. Pero en lo económico tiene ideas muy claras: eso de bajar los impuestos, emitir el Bono Patriótico hasta que empiece a funcionar la ley de Lassing. Tal cual como lo pienso yo. Yo no bajaría las tasas de interés, como dice el gusano, las dejaría flotantes. Aunque primero hay que bajar los impuestos. Pero no nos vamos a poner a hablar de economía ahora...

-Usted decía "tecnocracia teológica y ontológica". ¿Qué quiere decir eso? -Para mí teología y ontología son lo mismo. En el mundo del pensamiento todo está dividido en porciones: una cosa es la metafísica, otra la ontología, la teología, la gnoseología, etcétera. Eso de dividir el mundo profundo en porciones me parece muy peligroso, el principio de la decadencia. En mi diccionario de sinónimos, antónimos e ideas afines todas estas cosas son lo mismo. Por eso prefiero hablar de "tecnontocracia". Mi idea es un Estado que respeta a los individuos pero también al colectivo. Una mezcla alquímica de ambas cosas muy difícil de lograr, por cierto.

-Usted bautizó a su literatura como "realismo delirante" pero, en realidad, casi todo lo que dicen sus personajes es lo que usted cree. ¿También es suya la tesis de la gorda Dorys, que descree del Big Bang? -Sí, yo no creo en el Big Bang. Creo en el Big Ben, pero eso es otra cosa. Yo creo en un modelo que edifiqué cuando estudiaba física y que va sufriendo un service, digamos. Un modelo de ocho dimensiones: cuatro para la materia, incluido el tiempo, y cuatro para la antimateria. La materia y la antimateria intercambian fuerzas, una suerte de Moebius de ocho dimensiones. Además, teológicamente coincide con los paganos. Decían los antiguos sumerios que el universo fue creado desde siempre, pero también fue creado en un momento y también está siendo creado hoy. Mi modelo contempla una cantidad de tiempo constante, de muchos miles de millones de años, que se va repitiendo. Lo explico mejor: supongamos que determinamos la edad del universo. Pongamos una cifra: 14 mil millones de años. Entonces a partir de hoy, mayo de 1999, dejamos pasar 14 mil millones de años. Y alguien en ese futuro tan remoto pregunta: ¿qué edad tiene el universo? No es 14 mil millones más lo que pasó hasta ahora, no: siempre serán 14 mil millones de años. Como que el tiempo se traslada, es siempre la misma cantidad. El tiempo es relativo en pequeños y hasta en grandes números, pero no en la totalidad de los números. En esa dimensión es una constante. Esa es mi doctrina. Como dijo la gorda Dorys: archívelo pero no lo dé a publicidad, total nadie entiende. La gorda es mi alter ego, como te habrás dado cuenta.

-Tiene muchos alter egos: fue alguna vez el emperador que mandó construir la Muralla China. Fue también su consejero, el mago Lai-Chu. Fue Kheops, fue Iseka en Los sorias y también es el gusano... -Sí, uno se reparte en distintos personajes. Son distintas partes de uno, porque uno no es una unidad monolítica. Yo no creo en los "monos": ni el yo monolítico ni el monoteísmo...

-¿Por qué no el monoteísmo? -¿Cómo puede ser bueno algo que parte de un principio falso? El monoteísmo parte de una premisa falsa. ¿Vos qué pensarías de Laiseca si viene un día y te dice: "Soy el único ser humano del mundo, todos ustedes son meras proyecciones de mi mente"? En primer lugar que estoy loco, y segundo que soy un hijo de puta, porque te estoy negando a vos como ser humano. Yo no soy el único ser humano del mundo, como tampoco él es el único dios. ?Si hay otras diosas y dioses! ?Yo los he visto! Llamalos y verás que responden.

-¿Qué funciones tienen esos dioses? -Hay distintos, con distintos trabajos teológicos para hacer. Afrodita tiene la función de la delicadeza, del arte, del amor. Marte es la guerra, la voluntad, la purificación. Saturno es la sabiduría, la restricción. Júpiter es expansivo... Entre todas las diosas y los dioses está todo el espectro de lo humano y lo divino.

-¿Es cierto que estudia astrología? -Sí, hace tiempo. La astrología es la ciencia madre, una gran ciencia.

-¿De qué signo es? -Soy Acuario, con ascendente en Capricornio.

-¿Y está esperando su escorpiana en Leo, como el gusano? ¿Eso también es autobiográfico? -?Nooo, es un chiste! Yo me burlo de todo eso: son cosas que se le pueden ocurrir a un tipo en su desesperación amorosa. Pero los hombres somos más complejos, la vida es más compleja. ?Pobre gusano! Buscando como loco a su escorpiana en Leo y se encontró con Stephanie, un chichi que hasta lo quiso asesinar.

-¿Y la gente que está cerca suyo no le critica que se dedique a esos temas? -Sí, claro. Viejos amigos míos deploran terminantemente esto. En especial un amigo iluminista. No me ha quitado su amistad, pero me dice: "Laisec -me llama así, Laisec-, vos que estudiabas física ahora te dedicás a estas paparruchas". Es muy buen tipo, pero está muy equivocado.

-¿Qué le interesa de ese mundo? -La contemplación del universo. Cómo se mezcla de manera tan alquímica lo sobrenatural con lo natural. Yo creo que este mundo es una construcción de los dioses y que es una mezcla exacta de lo natural con lo sobrenatural. Creo en este cenicero, un objeto físico, concreto. Pero pienso que además hay un segundo cenicero invisible que está sosteniendo la existencia de este cenicero físico. Y a su vez este cenicero físico sostiene la existencia del invisible. Me maravillan los misterios del universo. Cómo funcionan las cosas, entre símbolos y cosas absolutamente concretas.

-Cuando estudia física, astrología, historia antigua, ¿está juntando material para la literatura, o la literatura, sumada a todas esas cosas, es material para la vida? -Todo es material para la vida. Independientemente de que sea usado para la literatura, la vida es lo primero. Entre literatura y vida, primero está la vida.

-¿Y qué papel juega la literatura? --La literatura es una bisagra, una conexión con lo que yo llamo la cuenca oceánica del mundo. Es una forma de purificación, de humanización. La humanización es un problema que está en toda mi obra. Stephanie es un personaje exagerado pero no tanto: es como Stalin. Y cuando el gusano trata de humanizarla contándole cosas de su pasado, y para ver si salva el matrimonio, ella le dice: "Decadente. No hay verdadera voluntad de poder. Usted es puto.". Claro, todo aquel que no sea frío, hierático, inhumano es puto.

--Pero en la novela también hay cierta fascinación por la voluntad de poder. --Yo creo en la concentración del poder. En mi tecnontocracia el Monitor tiene que ser poderoso: escucha a los demás, pero hay un solo jefe. El tema es cómo se usa ese poder. En la primera mitad de Los sorias el Monitor es muy malo. Pero después se humaniza. El drama, justamente, es que cuando se humaniza por completo, en vez de lograr lo que debería lograr --ser m s poderoso que nunca--, se da lo que ya se sabe: sos más poderoso que nunca por dentro, pero afuera empiezan los problemas. Problemas físicos, pequeños detalles como perder una guerra, cosas así.

-En su "tecnontocracia.", ¿qué rol tiene la técnica? --Yo creo en el poder de la técnica, de las máquinas. Y te digo por qué: sólo mediante la técnica podemos lograr vencer al anti-ser. El también es un dios, pero quiere la destrucción de todo. Se lo dice el gusano al científico: "Nuestro enemigo es uno: el dios malo que no nos quiere.". Y el otro no entiende un carajo.

-¿Qué hacen las máquinas frente a eso? --Las máquinas son nuestra salvación, porque uno de los mayores problemas de los seres humanos es que nuestras vidas son muy cortas. Para empezar a hablar, deberíamos vivir al menos 750 años con juventud, fuerza y todo. Ahí sí uno podría aprender unas cuantas cosas. Pero lamentablemente no es así. Para eso tenemos las máquinas más y guardan en su cerebro electrónico las memorias, multiplican las fuerzas, nos alargan la vida, nos cuentan la historia.
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ALBERTO LAISECA
fragmento de El gusano máximo de la vida misma

Ella era gordita, petisa, tetona y vivía en Nueva York. Además era terriblemente distraída. Noten esto porque es importante para la historia. Hacía un calor espantoso y húmedo. La petisa trotaba por las calles sin bombacha. Pero no por puta sino por acalorada. Olvidé decir que tenía un culo de ésos. Sus glúteos, sin el vínculo férreo, sin el dique del calzón, anadeaban que era un gusto. Ver un culo así, de lo más respingón y que no es de uno, causa desazón en el espíritu. Era como el culo movedizo del Tandil. Tampoco tenía corpiño, pero esto porque se había olvidado de ponérselo. Ante cada taconeo (en este sentido era un SS) sus pechos viboreaban a derecha e izquierda, arriba y abajo. Se metió en el subte con intención de bajarse en tal o cual lado. Abrió La tierra baldía, de T. S. Eliot en la página 14 y se puso a leer apasionadamente. Luego de miles de minutos notó muy extrañada que en el subte cada vez había menos blancos y más negros. Al final sólo eran negros y ella la única blanca. Estaban en la calle 99 Oeste o más (ni sé). Era Harlem. Desesperada y haciéndose pis encima del miedo se bajó. Quería encontrar un taxi para que la sacara de allí. Pero no había taxis. Sólo tres negros hermosos, de pijas larguísimas, que la humillaron racialmente. «A esta blanquita nos la manda Santa Claus», dijo uno. «¡Qué pan dulce lleno de confites!», declaró otro al tiempo que la manoteaba por atrás moviendo su mano de abajo a arriba. Ella se desasió indignada. «Vamos a sodomizarla, brothers», proclamó de manera definitiva el tercero.
La petisa, con un gemidito de angustia, alcanzó a zambullirse en un taxi providencial.
Ya en su cuadra tuvo que recorrer varios metros antes de entrar a su edificio. Merodeando había tres sidacos aburridísimos equipados con jeringas descartables recicladas varias veces. «Qué lindo culo para pincharlo», dijo uno. «Vamos a meterle el HIV para que dé positivo en los análisis», declaró otro. «Rápido, que no se nos escape», proclamó juiciosamente el tercero y se abalanzaron loquísimos, revoleando jeringas como lanceros de Bengala. Ella trató de sacar las llaves, aunque sabía que no iba a tener tiempo de abrir. Pero tuvo la buena suerte de que del edificio justo en ese momento salía una vieja. De un manotazo la apartó, entró y cerró la puerta. La vieja quedó afuera con los sidacos, pero no creo que le haya pasado nada porque no era su tipo.
La petisa tetona y culona subió al ascensor jadeando aterrada. Ya en su departamento suspiró aliviadísima creyéndose a salvo. Grande fue su error, porque pegado al techo la esperaba el gusano máximo de la vida misma. Al monstruo le encantaban las gorditas tetonas. Eran sus predilectas. De un salto cayó al piso, cerca de la puerta, haciendo plop. En realidad bien hubiera podido caerle encima y violarla ahí mismo sin falta, pero antes quería jugar un poco con ella por razones de sadismo. Al ver un ser tan horrible, que le bloqueaba la salida, la gordita trastabilló torpemente. Supo que esta vez había perdido. Ella se corría un poquito a la izquierda y el gusano la correteaba hasta allí. Ella, gimoteando, se movía a la derecha y él, casi con ternura, como con amor, la bloqueaba. Ni siquiera intentó gritar pues sabía que era inútil. Ese era un lugar lleno de drogadictos y cornudos. El drogadicto espera a su dealer y el cornudo sólo está preocupado por las encamadas de su mujer, de modo que nadie le iba a dar bola.
El gusano máximo de la vida misma la fue arrinconando. En cierto momento la gordita chocó contra su cama y medio como que se recostó sobre ella. Momento muy esperado por el bicho, quien le saltó encima. La tetona gimoteó dulcemente. Se dejó hacer sin resistir, casi muerta de asco. El gusano, con una sorbida, le arrancó las ropas y se las tragó. Una vez que la tuvo completamente desnuda y a su merced, estiró dos pseudopodios con forma de ventosas. Con ellos le empezó a chupar las tetas: primero una, después otra, alternativamente. Hacía slurp, slurp. Aquello era asqueroso y erótico al mismo tiempo. Ya baboseada, un tercer pseudopodio se introdujo profundamente en su vagina. Pero aquel falo no era un operador lacaniano (o sí); no era propiamente una pija pija: era una máquina de vacío que al tiempo que entraba y salía vaciaba de aire la intimidad del útero para luego insuflar líquidos tibios. Así una vez y otra. Dos nuevos pseudopodios se introdujeron en su boca y en el ortex. La gordita, ya totalmente entregada, comenzó a gozar. ¿Qué remedio le quedaba si había perdido, la muy puta (distraída e histérica)? El pseudopodio del culo se hinchaba al entrar y se desinflaba al salir. Uno, dos, tres orgasmos anduvimos bien. Al cuarto la petisa pidió agua. «Basta, me vas a matar.» «Jodéte.» Cuando se desmayaba él la hacía volver a la conciencia. Al orgasmo número catorce tuvo un paro cardíaco. «Muerta soy. ¡Confesión!», como en las obras de Lope de Vega.
Después de comerse todo lo que había en la heladera y bañarse, el gusano máximo de la vida misma se fue.

Son tantos dólares, dijo la mujer. Era prostituta desde hacía dos años. Todavía estaba muy buena, a pesar de tantas cojidas sin amor. Flaca, altísima y con dos grandes gomas. El cliente venía con cara común. Lavadita. Ella, que por lo general era desconfiada, esa vez no dudó. «Soy tuya, bebé», dijo una vez llegados al departamento, mostrándole sus dos tremendas tetas. Pero él tenía otra intención. Al tiempo que sacaba un cuchillo de enormes dimensiones, como diría el diario Crónica, de Buenos Aires (más que cuchillo era una espada chica), le empezó a explicar que, si bien aún no había matado a nadie, estaba interesado en emular las hazañas de Jack el Destripador. Muchacho tonto: debió destriparla sin más, en lugar de dar tantas vueltas.
Ella quedó algo sorprendida. Andaba mal de droga y por eso, un poco ansiosa, no tomo precauciones. La púa estaba en su cartera, a varios metros, y ella desnuda como una estúpida. Si se hacía la fesa y se arrimaba de a poquito el otro la ensartaba. Lo vio en sus ojos.
Pero lo que ninguno de los dos sabía era que en el techo, esperando pacientemente, estaba pegado el gusano máximo de la vida misma. A él le gustaban las mujeres, no los tipos, pero al ver el asunto sufrió un ataque pasional de indignación. Hizo plop a espaldas del fulano, se le aferró como una lapa y le largó un misil de corto alcance. Aquel viboráceo fue algo tan inesperado y horrible que el punto largó el cuchillo, levantó los brazos y lanzó un grito de lo más teatral y artístico. Parecía Boris Godunov, en la inmortal ópera de Modesto Mussorski, hacia el final, cuando en su agonía dice: «¡Soy el zar! ¡Soy el zar!». Cayó a tierra y, como pudo, arrastrándose, salió del lugar con el culo roto.
«Supongo que te debo algo», dijo la flaca. Se acostó en la cama y abrió las piernas. Cosa curiosa: el gusano se deserotizó muchísimo. A él le gustaba tomar sin que le diesen. De todas maneras saltó como una rana y la cazó al mismo tiempo en todos los lugares. La cazó pero poco. La otra tuvo que ayudarlo. Debió multiplicar sus manos para levantar las distintas partes. El monstruo consideró que era una vergüenza que no pudiese sin ayuda y, apelando a su voluntad nietzscheana, al último yoga, comenzó a fornicarla de firme. «Matáme, matáme gusano de mierda, que me gusta.» «¿Querés morir?», preguntó él muy extrañado. «Siempre y cuando no me hagas preguntas boludas como ésta, sí.»
Era tan asqueroso el gusano máximo de la vida misma, que la puta no había podido impedir irse erotizando de a poco. No era como . . . .coger con un punto y ni siquiera con un tipo. Desde que la reventó su primer fiolo que no tenía un orgasmo así. Tuvo uno fuerte, otro menos y le dijo que parase porque no quería desacralizar la novedad. El bicho, que habitualmente no atendía pedidos de clemencia ni de cualquier otra naturaleza, para su propia sorpresa obedeció como una ovejita.
En poco tiempo el máximo de la vida misma se transformó en el nuevo fiolo de la flaca. Él la cuidaba de los clientes jodidos, de los que se hacían los fesas y trataban de comer y no pagar, la sacaba de la taquería cuando la yuta se la llevaba (mejor ni te cuento el cagazo de los cobani cuando lo veían aparecer al monstruo en toda su gloria), etcétera.
El por primera vez conocía el significado de la palabra amor. Todo terminó cuando una noche, luego de una peregrinación por los techos y azoteas, entró por la ventana y la encontró sobre la colcha, desnuda y muerta por una sobredosis.
Tres días estuvo llorándola. Como su flaquita se iba poniendo cada vez más fea por la putrefacción dejó el lugar para siempre.

Cualquier barrio underground le recordaba a su muy amada flaca, así que se fue a la zona cara.
En ese derpa había una fiesta cheta y el gusano entró por una ventana pequeñita que imitaba los ojos de buey de los barcos. Cayó sobre la alfombra lo más silenciosamente posible (la música a todo lo que daba lo ayudó mucho y también el hecho de usar su fuerza telepática), pues no quería ser visto y se escondió en un ropero. Desde allí escuchaba las conversaciones pelotudas con ayuda de sus sensores. Tuvo que oír de nuevo el repertorio completo de todas las chapas de levante ya vistas: «¿Tenés el último compact de Peter Gabriel?», «Una a esta altura no quiere un verso chico y que pac a la lona. Una quiere que la seduzcan» –al oír esto el gusano pensaba: cómo se ve que no te miraste al espejo. Pero si cojerte es hacerte un favor, la concha de tu madre. Esta todavía pretende que la seduzcan. Qué pretenciosa–, «Los otros días aluciné que te había visto. Flaca ¿qué tenés? Sos bárbara», «Aquí hay mucho ruido, no se puede conversar bien. A la vuelta hay un boliche de un amigo mío», «Punta y la península de Florida ya me tienen harto. Los norteamericanos no saben la maravilla que tienen en el Oeste».
A las cinco o cinco y media de la mañana se fueron los últimos chichis. El gusano siempre en el ropero: firme como un soldado. La dueña de casa se encamó con su partenaire de la noche. Luego del habitual y consabido orgasmo se pusieron a dormir (¿por qué la gente será tan aburrida para cojer y, sobre todo, por qué dirá tantas mentiras? Si ya sabemos que para el otro no significamos un carajo, ¿por qué mierda siempre siempre nos dirán que somos únicos y que antes que nosotros etcétera? Debe ser que lo hacen para humillarnos con el posterior olvido).
Bastante después del mediodía se levantaron, tomaron el desayuno, el tipo se fue y la concheta pasó al baño para darse una ducha.
Por supuesto y, como cualquiera puede imaginarlo, allí, pegado al techo la esperaba bla, bli, blu. Sí, pero con un pequeño cambio. Así como la puta de la aventura anterior lo subordinó enamorándolo por una cuestión de clase (mina fuerte, underground, muy propia), la concheta también lo subordinó por una cuestión de clase (de otra clase). Temenos confesar que el gusano máximo de la vida misma era, en el fondo, un acomplejado campesino.
Vivieron juntos dos años y dos meses.
Ella le decía: «Con vos me pasan cosas fuertes. A mí no me importa para nada que seas un monstruo. Al contrario: mejor, porque es un cachetazo para mi vieja, que siempre me quiso elegir los tipos. Lo que sí me preocupa es tu edad: vos tenés ciento ochenta y cinco años más que yo. Soy una piba y vos un gusano máximo de la vida misma viejo. Tengo miedo de que dentro de algunos años tenga que hacer de enfermera. Pero hasta esto me lo bancaría. Yo necesito seguridad económica. Mi vieja me dio estructura. Mi hombre también me tiene que dar estructura a través de la seguridad. Yo no te pido mucho. Te pido lo mínimo. Una vacación en Florida, Brasil, Bariloche o California o París o Londres por año. Es el mínimo».
Él, cuando le oía decir estas barbaridades, propias de una mina que nunca laburó, se enternecía y al mismo tiempo tenía ganas de matarla.
Y un día lo dejó. El gusano máximo de la vida misma debió salir del departamento por el mismo ojo de buey por el que había entrado. No se dejó ni tocar las tetas. «Esto es provisorio», fue la última boludez que ella le dijo. «Puede durar dos o tres meses. Si lo nuestro es lo bastante fuerte y sólido ya volveremos a estar juntos. Lo nuestro tiene una cosa a favor: es el asunto de los orgasmos. Orgasmos profundos como tuve con vos no tuve con nadie.» Él pensó: Sí, es provisorio. Va a durar sólo dos o tres décadas. Pero esto no se lo dijo. Lo que sí le dijo fue: «Te voy a hacer un horóscopo. Te va a ir muy bien con el tipo de barba con el cual te vas a encontrar». «¿Qué tipo de barba?» «Uno que ya vas a conocer. Él te llevará de viaje muchas veces, te dará hijos y te hará vivir en un lugar lleno de paisajes. Y ¿sabés? El asunto de los orgasmos, como vos decís... Ahora que tuviste estos orgasmos conmigo los vas a tener con cualquiera. Los veo a los dos, desnudos, en su cama después de cojer, vos a la izquierda y él a la derecha, y vos diciéndole a tu nuevo hombre (el barbudo de Pimpinela): "¿Sabés? Cuando corté con el gusano máximo de la vida misma creí que ya nunca iba a conseguir orgasmos como los que conseguí con él. Y ahora, con vos, los alcancé. Esto me da la certeza de lo que lo nuestro es fuerte y de que yo te amo".»
Todo eso le dijo el gusano máximo de la vida misma a la concheta y era verdad y se cumplió. Lo que no le dijo pero también se iba a cumplir, sólo que veinte años después, era que ella iba a terminar amargada y sola como su madre. Chica poco astuta: debió saber que a las conchetas sus maridos las dejan a los veinte años de casados para andar con minas veinte años más jóvenes que ellas.