AMNISTÍA PARA ÍBERO GUTIÉRREZ

Mario Benedetti (Cuestión/1985)

Hoy: 27 de febrero, se cumplen 13 años de la muerte de Ibero Gutiérrez, poeta, dramaturgo pintor montevideano. Sobre todo, poeta, en realidad uno de los mejor dotados de una promoción que se formó literal y literariamente entre dos fuegos: la rebeldía y la represión.

Hace hoy 13 años que su cadáver apareció con también 13 proyectiles y signos evidentes de haber sufrido tremendas torturas. Fue una de las primeras víctimas del Escuadrón de la Muerte que perpetró varios crímenes políticos con posterioridad a las elecciones de noviembre de 1971. Sé que Ibero nació en 1949, pero ignoro la fecha exacta (nunca la he visto mencionada), y eso es también un signo de la oscura franja en que el Uruguay vio detenido su normal desarrollo: la matrícula de muerte era un dato más notorio que la ocasión de vida.

Durante este lapso, poemas aislados de Ibero fueron publicados en el exterior. Yo mismo incluí 15 de esos textos en la antología Poesía trunca (publicada originalmente en La Habana, 1977, y luego en Madrid, 1979), que comprende a 28 poetas latinoamericanos que dieron sus vidas por razones políticas; entre ellos, el guatemalteco Otto René Castillo, el salvadoreño Roque Dalton, el peruano Javier Heraud, los nicaragüenses Ricardo Morales y Leonel Rugama, los haitianos Rony Lescouflair y Jacques Viau, el argentino Francisco Urondo. Tengo la impresión de que esos 15 poemas de Ibero constituyen el conjunto más nutrido publicado hasta ahora. Asimismo, en los meses anteriores al golpe del 73, un grupo de actores creó en Montevideo un espectáculo y grabó un disco (hoy ha de ser toda una reliquia), basados en sus textos; también varios cantantes convirtieron en canciones algunos de sus poemas.

Todo ello constituye sin embargo sólo una porción ínfima de esa producción, ya que Ibero dejó inéditos, y prolijamente ordenados, nada menos que siete libros. Poco tiempo después de su muerte tuve acceso a esos materiales, que me fueron facilitados por su compañera, Olga Martínez, con vistas a publicar una selección, algo que sólo pude llevar a cabo cinco años más tarde, aunque con explicables limitaciones de espacio, precisamente en Poesía trunca. Esos libros inéditos se titulan: Los mundos contiguos, París-flash. Eros termonuclear. Prójimo/léjimo, A raíz de las entrañas, Poesía del cuaderno negro y Buceando lo silvestre (este último título era, además, el que había elegido Ibero para una antología que dejó preparada).

Aunque este aniversario no es múltiplo de 5 (un detalle poco menos que imprescindible para los conmemoratólogos profesionales) tiene sin embargo una particular importancia: es el primero en que, dentro del Uruguay, podrá hablarse de, y escribirse sobre Ibero sin cortapisas. Este décimotercer aniversario es por lo tanto singularmente apropiado para restituir el nombre y la obra de Ibero al medio en que nació, luchó políticamente y se formó como artista, y por supuesto a la literatura que siempre ha integrado, aún desde su virtual ineditez.

Ibero ya no estaba; de un golpe brutal había sido borrado; igualmente proscripta, su poesía fue lanzada al exilio. De ese exilio debe volver. Urgentemente. Desde Madrid ignoro cuál puede ser el inmediato futuro editorial en Uruguay, pero de cualquier manera parece ineludible que ese futuro incluya una cuidada y amplia selección de esta obra singular.

Sólo tres meses después del asesinato de Ibero, en un acto de masas realizado en el estadio Platense, de Montevideo, todavía fresca la impresión que me dejara la primera lectura de sus poemas, dije lo siguiente: “Siempre he creído que cuando un militante paga por sus convicciones el precio de su vida, es poco lo que puede agregar a ese máximo holocausto. Y si pintaba, o escribía, o hacía canciones o esculpía, pero esos ejercicios eran meros borradores o entretenimientos sin mayor pretensión artística, sería poco el favor que le haríamos dando a la imprenta tales esbozos. Sería una manera más o menos sutil de demagogia.

Debo confesar sin embargo que en el caso de Ibero me he encontrado con una formidable sorpresa. Me he encontrado con un joven escritor que en varios aspectos recuerda el caso del peruano Javier Heraud, caído a los veintiún años en parecidas circunstancias, y que también dejó una obra literaria altamente estimable (...) Pero el peruano al menos publicó un libro. Ibero, en cambio, aunque escribió versos, no publicó ninguno. Ahora puede decirse que sus poemas son (con altibajos, claro, porque no creo que nadie sea capaz de escribir en todo instante en un nivel óptimo) la trayectoria nítida de un artista auténtico, no sólo rico en intuiciones sino poseedor de un excelente y depurado oficio, un poeta que evidentemente tiene (sin hacer de ello la mínima ostentación) un importante trasfondo cultural, y que usa todos los elementos a su alcance (la emoción, la evocación, la ironía) para establecer su comunicación con el prójimo.

Sólo una parte (y no la mayor) de sus poemas, son políticos. El resto son poemas de amor, algunos de ellos estupendos, u observaciones líricas ante ciertas perplejidades propias o ajenas, o metafóricos diálogos con el complicado alrededor. O sea, la obra de un poeta hecho y derecho. Un poeta que incluso podría haber ocupado un nivel de destaque en su promoción”.

También entonces señalé que esa bondad, esa preocupación por el prójimo, esa esperanza incólume, eran una conmovedora muestra de una riqueza interior. No sólo en su vida; también en su obra mantuvo Ibero una firme conducta, ya que en sus textos no hizo concesiones que de algún modo menoscabaran el nivel literario. Visto desde 1985, tras un largo decenio en que sólo los más rigurosos entre los poetas y cantantes latinoamericanos (y la cuota uruguaya, de adentro y de afuera, aportó sin duda algunos nombres fundamentales) han sabido resistir la tentación del mero panfleto y rescatar el nivel artístico como ineludible garantía de que el mensaje tenga un vehículo digno, resulta esclarecedor y estimulante que un poeta como Ibero, que sólo tenía 22 años cuando fue eliminado, se haya sentido espontáneamente impulsado a experimentar, a inventar procedimientos y palabras, a crear vecindades inéditas entre vocablos y entre conceptos, a hallar un lenguaje tan peculiar y comunicativo para sus galvanizados poemas de amor. Precisamente en el poema en que se reconoce “un ser político”, la afirmación viene engarzada en toda una dialéctica de las imágenes:

Ennegrezco como una piedra
cada hora que pasa.
Soy una nube de tela
una mesa
un barril
una cosa.

No.
Algo peor. Existo ajeno-comprometido.
Soy un ser político, piedra de fuego caja de Pandora .
Claros en los bosques
Nubes de fuego en que se queman sus telas de cebolla.
Soy una cebolla.
No: algo peor.

Este “paridor de monstruos infernales/ y de causas justas/por las dudas” (así se define en su Autorretrato) sabe distinguir entre el “poeta redentor de petulancias/ sin fracasos abogando/ la piel de la poesía/ pura forma/ continente respetuoso/ sin gritos/ callando el mundo/ contemplando”, y el “`poeta luchador empedernido”; y sin embargo es éste quien escribe un poema tan sutil, tan sensible y depurado como el que aquí transcribo:

Si esta luz no es necesaria preparemos otra oscuridad
Dentro de la cual no quepan más que dos velas
Dos velas dentro de las cuales no quepan más que dos seres
Y dos seres que dentro de una vela no tengan
Más lugar de movimiento que la única vela.

Quiero todavía citar otra muestra, algo así como una reivindicación poética de lo comunitario o un arropamiento lírico de la pancarta. Si decimos “la paz vendrá con la liberación”, suena a linda aspiración pero también a consigna, no precisamente poética. Pero veamos cómo Ibero la inserta limpiamente en su contexto de poesía:

Oigo a Bob Dylan y ella
A una distancia de respiro
Duerme un minúsculo sueño

Suspira la siesta
Al entrar en otro tiempo

Escribo:
La paz vendrá
Con la liberación

Entonces ella
No duerme y se despierta
Para soñar mejor

Si se busca, dentro de la poesía uruguaya, un válido antecedente de la de Ibero, creo que ése podría ser Humberto Megget (1926-1951), otro poeta especialmente dotado que murió en plena juventud (tenía 24 años), aunque no de ensañamiento sino de tuberculosis. Su malabarismo lírico encuentra una radiante continuidad en este otro poeta que nace, como para proceder al relevo, en 1949, o sea dos años antes de la muerte de Megget. Ignoro si Ibero conocía siquiera Nuevo sol partido, que reúne buena parte de la producción de Megget, seleccionada y editada en 1972 por Idea Vilariño. De todos modos, jamás se detecta en Ibero el pecado venial de la imitación; lo que sí se advierte es una clara afinidad en el juego verbal, en la alegría de los ritmos, en cierta ingenua autosatisfacción ante las novedades formales que uno y otro descubren.

Cuando Megget escribe: “Quiero sentarme en el ángulo de un rayo / en la O formada por las sábanas colgadas”, e Ibero dispone: “No quisiera morir sin bañarme en un lecho de rostros y arcoiris. / No quisiera volar en un cohete sin antes haberte prometido mil colores”; o si Megget confiesa: “Yo tenía una voz tan pequeña/ que hacía con ella collarcitos”, e Ibero recuerda: “atrás hay todo: cuento monedas invisibles / flotando en mis bolsillos huecos”, es indudable que forman parte de una misma familia.

Lo sorprendente es que en tanto que Megget no era exactamente “un ser político” (¿cuántos lo eran en la frágil Arcadia de los años cuarenta?), Ibero sí lo es y sin embargo no media entre ambos ningún abismo. Es un rescatado apunte de Megget, Esquema para una conferencia, el autor de Nuevo sol partido hablaba de su “nuevo reencuentro con las formas poéticas donde la metáfora no es rebuscada sino espontánea, donde la canción es la fotografía de un acto generoso, donde no hay nada enfermizo”. ¿Acaso no podría haberlo dicho Ibero de sí mismo? Nada de enfermizo en su poesía. Sin el menor rebuscamiento, con el mero deleite de inventar variantes de la vida y conjuros contra la muerte, Ibero se vuelve un experto en la faena de (para decirlo con su léxico) bucear lo silvestre en cada uno. Desde lejos (estuvo primero en Cuba y luego en Europa) exclama con intacto candor:

Vamos, Uruguay, tú tienes más de un pampero. Dámelo ahora.
Yo tengo un ojo abierto en cada hora parada. Mis manos no se cierran
A no ser para tomar alguna de esas cosas que te abundan.
Tú ya lo sabes. No quiero repetirlo.
Sólo quisiera ver tu mar violeta.

Demósle pues el pampero, aunque sea otro que el de sus tiempos alegres y convulsos. Y ya que nos anuncia que sus manos no se cierran, dejemos pues en ellas algunas de esas cosas que nos abundan. Por ejemplo: la leltad, el amparo y sobre todo el no olvido. ¿Acaso la amnistía irrestricta (por dios, ¿quién absuelve a quién?) y el desexilio no han de incluir también a nuestros muertos más queridos?