Ibero Gutiérrez: "La vida es una caída en el presente"

Luis Bravo (Brecha)

1.

Desde el 28 de febrero de 1972 -cuando su cuerpo apareció en una cuneta de Paso de la Arena con trece impactos de bala calibre 38- Ibero Gutiérrez fue el último de los cuatro jóvenes que el Escuadrón de la Muerte asesinó impunemente, a pesar de los recientes esfuerzos de la justicia por procesar a algunos de sus responsables. Los comunicados oficiales de las Fuerzas Armadas de entonces y los titulares de los diarios que respondían a los "partidos tradicionales" titularon, con variantes, "sedicioso muerto...".

Manipulación informativa que ocultaba que un joven de 22 años, militante de un gremio legal (Agrupación de Avanzada Universitaria), había sido secuestrado, torturado y asesinado cobardemente en un acto cuya única ley era la del talión, según decía el letrero que colgaba de su cuello: “vos también pediste perdón: bala por bala, diente por diente CCT”. Sólo Marcha tituló “El asesinato de Ibero Gutiérrez”, mientras Mario Benedetti y Hugo Alfaro escribían las primeras aproximaciones biográficas de quien permanecería en la memoria popular como un “mártir estudiantil”.

Todo esto, todavía tan doloroso e indignante –porque sépase que donde no llega la justicia nunca se salda la verdad–, igual está lejos de dar con la cabal personalidad de quien fue, con apenas 22 años, ese “sedicioso” (palabrita que los que teníamos 13 y 14 años en los setenta, trocamos de insulto oficial a santo y seña para resistir y burlarnos de los dictados verbales de la dictadura).

Nieto del pintor Francisco Gutiérrez, hijo del destacado profesor de literatura que le puso su mismo nombre, Íbero fue un poeta, un artista integral cuya obra (textos, dibujos, pintura, fotos) puede apreciarse desde el 23 de setiembre –justo el 60 aniversario de su nacimiento– en la tripartita exposición Juventud, arte y política, siendo el Museo de la Memoria, la Facultad de Artes y la Biblioteca Nacional sus sedes.

2.

Según consta en sus Diarios íntimos (ampliados para la exposición y referidos en el catálogo de la misma), desde los 14 años se volcó con pasión a las artes plásticas, consagrándose a la poesía de manera febril y constante. En su arte confluyen el impulso de transformar la sociedad y el “cambiar la vida” en la senda de Arthur Rimbaud, a quien tanto se parece –acaso nada casualmente– en el autorretrato de 1965 que luce en la carátula de su flamante antología Obra junta: 1966-1972 (Estuario, 2009).

En Poesía del cuaderno negro (1966) se produce la apropiación del lenguaje poético, y ya en las prosas de Introducción al mundo (1967) el manejo del humor y el fraseo intertextual (literario, pictórico, filosófico) marca su futuro estilo y confirma al joven lector voraz que ahora escribe.

En 1968 estudia derecho, se aparta del catolicismo tradicional y siendo delegado de la Federación de Estudiantes Universitarios (feuu) es detenido durante una ocupación; ése es su bautismo carcelario. Luego obtiene el premio internacional de ensayo Radio La Habana, viaja a Cuba, pasa por Madrid y en París contacta con estudiantes del mayo francés. El contrapunto entre el “viejo mundo” convulsionado, la revolución del “hombre nuevo” y aquel Uruguay de tensa conflictividad es su fuente de reflexión poética. En Los mundos contiguos contrapone lo tecnocrático consumista con lo utópico latinoamericano. París Flash es un diario con anotaciones punzantes sobre la sociedad opulenta, y Cibernética cuestiona el alcance de la civilización tecnológica. En Prójimo-Léjimo se ven, a brochazos verbales, las luchas estudiantiles, y por A raíz de las entrañas ingresa el erotismo: “cobijados/ jugando con la lengua/ te miro/ la belleza/ y cambia el río”.

Entre 1970-72 escribe muchísimo, a vuela pluma y en medio de pesadillescas detenciones temporarias. Sus temas son: lo enajenado de una sociedad atrapada entre el conformismo y la violencia de la represión (“sólo la poesía será capaz de poner de manifiesto la muerte envasada”); un erotismo que sirve de analogía con el acto creativo (en Buceando lo silvestre), la psicodelia y su “expansión de la conciencia”, aspecto que lo vincula antes que nadie en nuestra poesía al imaginario del rock (integra letras de Dylan, Lennon y Yoko Ono, Jethro Tull, en sus poemas).

En 1970 escribe “Impronta”, un discurso-monstruo, mezcla de verso y prosa, de unas 933 líneas. Es su apuesta mayor, y su logro poético. Un “delirio de palabras llenas de sentido”, con vehemencia de “Aullido” beatnik y de efecto caleidoscópico. El tono entre paródico y apocalíptico adelanta ciertas dislocaciones posmodernas. Con citas que van del Ulises de Joyce a la Rayuela de Cortázar, ese collage verbal inscribe una intersección de lenguajes artísticos (pintura, música, cine) en una vertiginosidad que se anticipa una década a los videoclips de los ochenta. Allí comparecen: los grafitis del 68, lo antiestalinista ante la invasión soviética a Checoslovaquia, la Nixon-Vietnam tour, el Flower Power, todo desde una poética que si bien emplaza “lo real”, adhiere a la máxima “la realidad es un concepto reaccionario”.

3.

Un artista cuyo trazo inquieto y cuya intensa voz son representativos de una nueva camada artística surgida a mediados de los sesenta, contestataria y disidente con los cánones de la época, y marcada por el entorno represivo. Según Mario Benedetti “una promoción que se formó literal y literariamente entre dos fuegos: la rebeldía y la represión”, a lo que cabría agregar la mirada desconfiada de cierta doxa de izquierda para con estéticas que se dispararan por fuera del comisariato de la estrechez ideológica de la Guerra Fría que campeaba por esos tiempos.

Si hay un poeta uruguayo que encarna el espíritu del 68, ése es Ibero Gutiérrez. Su producción es la de un lúcido y activo protagonista del sismo juvenil que estalló por todo el mundo, a diestra y a siniestra, orientando una holística revolucionaria que hizo ingresar lo político en lo sexual, lo estético en lo ético, que concibió al arte como vía liberadora de las mentalidades. Reconocer al poeta que es Ibero Gutiérrez, integrar su aporte artístico a nuestra memoria y a nuestra historia cultural, es un acto de justicia. Su poesía –que la saña de los sicarios y las estrategias de impunidad de sus ideólogos nunca podrán dañar– es la que canta: “la vida es una caída en el presente”.