“El músico-escritor” 1902-1942 o “El Escritor-músico” 1942-1964
(El Aleph)
“Además, yo no podría prescindir del placer de ir entrando lentamente en el alma de una mujer y acomodarme en ella con mi piano y mis libros” (Tierras de la memoria)
Antes que escritor, Felisberto fue pianista y compositor. Comenzó sus estudios de piano a los 8 años con Celina Moulié, su maestra, que continuará viviendo o reviviendo en sus relatos (ver, por ejemplo, “El caballo perdido”). En 1915 conoció a quien sería su tutor, el pianista Clemente Colling. Maestro ciego, de quien aprendió composición y armonía, y el arte de la improvisación y de la variación; ese “tocar a la manera de...”.
Según cuentan, Colling era un personaje socialmente inaceptable, un mendigo maloliente y fabulador. Pero Hernández estaba dispuesto a pasar por alto incluso los piojos y suciedad de su maestro, a punto tal que terminó llevándolo a vivir durante un año a su casa. Su relación con él y la semblanza de éste merecerían una nota aparte. De hecho, Por los Tiempos de Clemente Colling (1942), una de sus ¿novelas?, retrata toda esta historia.
Mientras transcurrían sus estudios, Felisberto trabajaba para ayudar económicamente a su familia tocando en salas de cine mudo, improvisando melodías según fuesen las escenas. A los 17 años fundó un sencillo conservatorio en su casa, donde dictaba clases de piano. “Sobrevivió” económicamente gracias a los conciertos que daba en distintos pueblos de Uruguay y en Buenos Aires. En varias de sus narraciones escritas en esta época, utiliza al “pianista itinerante” como a un reflejo casi absurdo de sus vivencias. A partir de 1925 comenzaron a publicarse sus libros, aunque en muy pequeñas tiradas: Fulano de tal (1925) y Libro sin tapas (1929).
Se casó en ese mismo tiempo con Maria Isabel Guerra, quien había sido, durante lo que se extendió como un enfático y oculto romance, su alumna de piano. En este período el matrimonio Hernández frecuentaba las tertulias culturales en lo de Carlos Vaz Ferreira. La filosofía de ese ambiente y la influencia de su maestro de música fueron formando las ideas en las letras y en la música de Felisberto.
Este matrimonio terminó en 1931, y Felisberto volvió a vivir con su madre Calita, quien pareció ejercer siempre en él una presión aún más grande que la de sus esposas. No obstante, ya sin la responsabilidad de ser el sostén de la economía familiar, Felisberto pudo dedicarse de lleno a los conciertos, ahora poético-musicales, junto a Yamandú Rodríguez, en diversos lugares de Uruguay y Buenos Aires.
Felisberto músico era también poesía y vanguardia. Dicen que poseía una digitación asombrosa, y recursos propios del virtuosismo. De sus composiciones sólo quedaron algunas partituras: “Canción de cuna”, “Marcha fúnebre”, y “Negros”, particular candombe con reminiscencias de Stravinsky.
Mientras parecía que encontraba su equilibrio músico-literario, conoció a la pintora Amalia Nieto, quien luego fue su segunda esposa. La dependencia económica hacia la familia Nieto se hizo evidente evidente. Siguió durante un tiempo con sus conciertos itinerantes, pero la música dejó poco a poco de habitar en él, y finalmente, en 1942, las penurias económicas lo llevaron a tener que vender su piano, al que notoriamente comenzó a describir en sus relatos como a un féretro o un sarcófago. A partir de entonces se volcó a componer exclusivamente con las letras, dejando morir cualquier resto o vestigio de pianista. Felisberto y su mujer intentaron entonces sustentarse con un comercio, la librería “El Burrito Blanco”, a la que él casi no daba importancia, ensimismado ahora en el estudio de la taquigrafía y en la creación de un idioma simbólico propio, “la taqui”, del que quedaron muchísimas reseñas y escritos aún no descifrados. Es entonces cuando deja de forma definitiva la música. Y al poco tiempo se divorcia de Amalia Nieto.
Felisberto no daba trascendencia a su creación musical, la arrumbaba en el olvido e incluso, al parecer, la destruía. Si bien sus manos corrían virtuosas por el teclado del piano, y la crítica lo aplaudía, él quería trascender también por su obra en papel. Quería más que nada ser escritor, y lo consiguió, ya que a partir de 1942 surgieron sus cuentos más logrados. Fue presentado en La Sorbonne por Jules Supervielle. Como otros montevideanos, viajó a París en busca quién sabe de qué, gracias a una beca otorgada en 1946 por el gobierno de Francia. Pero su reconocimiento, al igual que el de muchos rioplatenses, fue tardío y póstumo. Más tarde, Italo Calvino y Julio Cortázar llevaron al italiano y al francés, respectivamente, su obra escrita.
En 1949 vuelve a Montevideo, y a “caer” en un nuevo matrimonio, ahora con Maria Luisa Las Heras, a quien había conocido durante su estancia en París. Lo que nunca supo Felisberto, debido quizás a su evidente ingenuidad, es que él, de estrictas posturas anticomunistas, se había casado sin saberlo, nada más y nada menos que ¡con una espía rusa! Justamente la falta de indagación de nuestro hombre, y su aversión a las tendencias políticas de “izquierda”, conformaron una útil pantalla para su flamante esposa. Pero tampoco duró este matrimonio: un año después decidieron separarse.
Como en una especie de amarga broma kafkiana, Felisberto pasó sus últimos años empleado en La Imprenta Nacional como secretario del director, utilizando la taquigrafía para escribir lo que el director le dictaba. En estos últimos años, el músico volvió a despertar. A pesar de padecer leucemia y de ser transfundido varias veces, Felisberto trabajaba con ahínco en el estudio de Iberia, la obra del compositor español Isaac Albeniz, cuando finalmente el músico, el escritor, él mismo, murieron un día de enero de 1964. De su perfil musical nos queda —como dato, ya que no hay nada grabado— la presentación en Buenos Aires de Petroushka, de Stravinsky, en su versión para piano, y algunas partituras de composiciones propias salvadas casi por milagro de la pérdida y el abandono, y actualmente con escasa difusión. Hasta el día de hoy no hay editadas grabaciones oficiales de la música de Hernández. De su obra escrita continúan apareciendo relatos o fragmentos inéditos rescatados del olvido.
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