SANDINO NÚÑEZ - TERROR SIN SUSPENSO

Terror sin suspenso
El filósofo Sandino Núñez y su nuevo libro sobre la democracia mediática
JG Lagos (La Diaria)

Después de un breve pasaje por la cátedra de Filosofía de la Facultad de Humanidades (Udelar), Sandino Núñez se dedicó a la docencia de manera independiente y en los 90 estuvo al frente de La República de Platón, una publicación que hoy es objeto de culto. Además de haber escrito un libro de relatos (Diverso y universo, 1980), Núñez publicó obras en colaboración con el lingüista-filósofo Ruben Tani y el psicoanalista Daniel Gil, y en los últimos años editó un par de libros, Lo sublime y lo obsceno y Disney War, en los que analiza los cambios culturales aparejados por el avance de la lógica globalizadora. A estos libros acaba de sumarse El miedo es el mensaje, motivo de esta conversación.

-El libro abre oponiendo la situación actual, que llamás “democracia mediática”, a la política. Para vos ese tipo de democracia obstaculiza la política.

-Sí. Rigurosamente, habría que considerar que la democracia, llegado el momento, es el contravalor de la política.

Me parece que hay algo profundamente no político o apolítico en el juego de la democracia. Están claras algunas cosas, como que lo político puede ser una dimensión inherente de cualquier cosa a nivel del análisis. Todo tiene una dimensión política, pero eso no necesariamente quiere decir que la política sea el modo de existencia de lo político. Es decir, la política es una decisión institucional; me da la sensación de que esa decisión típicamente intelectual está ausente en el juego democrático, suele ausentarse. A veces me parece que todos los boletos se juegan a las patas de un solo potrillo: al del momento electoral por sobre el de la decisión intelectual.

-¿Cuándo pasó la política por lo no electoral? ¿Tenés recuerdos de algún momento así? -Sí, claro, si le podemos dar a “recordar” un sentido bastante amplio. No me acuerdo de haber vivido algo como eso, pero sí entiendo que hay momentos de aparición misma de la política, así como hay momentos, incesantemente a lo largo de la historia, de extinción de la política. La política aparece en un momento histórico preciso como una decisión institucional pura, como un contrato. La educación, la subjetivación, el gobierno: ésas son las tres patas en las que se apoya el bicho, digamos.

El artefacto político se apoya sobre esas patas o no funciona, no existe. El hecho de que algo como una energía social circule en la mera horizontalidad del cuerpo social no quiere decir necesariamente que ese fenómeno sea político, porque falta algo como un lenguaje que esté desagregado de ese funcionamiento.

-El miedo del que habla el título del libro sería el de dejar pasar la oportunidad de decir algo (aunque no se tenga nada para decir), en una época en que las posibilidades de expresarse se han multiplicado.

-El título es una expresión de poesía concreta: “el medio es el mensaje: el miedo es el mensaje”. Es un calambur, un juego.

Pero es un juego que se pretende con sentido, porque si no va contra la prédica de lo que tengo ganas de hacer. Efectivamente, remite a ese terror que la gente experimentaría al perder la oportunidad de opinar, de expresarse. Pero al mismo tiempo remite a un miedo generalizado, yo diría que es miedo de la civilización política ante el embate bárbaro de la democracia mediática, de la democracia comunicativa con todo su amplio stock de chirimbolos, con “los sueños de la razón”. Volviendo a la opinión, el problema no está tanto en el espíritu, en la naturaleza de cada opinión -¿es sensata, es razonable, es oportuna, vale la pena expresarla?-, sino más bien en que si están dispuestas las cosas, si está prendido el switch que habilita la posibilidad de hablar, se habla. Es una de las cosas que decía Lacan (que predica en parábolas, lo que le permite una cobertura ilimitada): “Lo que no está prohibido por la ley se vuelve obligatorio”.

-Se ha vuelto obligatorio decir algo, no importa qué. Ponés como ejemplo los espacios de opinión en los foros virtuales o las columnas de los portales como Montevideo Comm, donde los participantes no comentan el texto principal ni dialogan entre ellos.

-Yo creo que da bien la idea de este tipo de dinámica de la comunicación y que no vale la pena que uno se gaste, o que cualquier teórico se gaste diciendo que podemos distinguir entre comunicación verdadera y falsa o entre legítima e ilegítima. La comunicación está hecha de rituales comunicativos y se agota un poco en eso. Así como la democracia es el contravalor de la política, la comunicación es el contravalor del sentido.

-Ésa es una de las distinciones que hacés en el libro: sentido no es igual a comunicación. También mencionás la ecuación que dice que a mayor cantidad de información, menor sentido. Y ejemplificás la evolución de ese fenómeno con el pasaje de la pintada política al graffiti y luego al pasacalle.

-Es como una biodegradación del mensaje social. La pintada política es pública por definición, más allá de que uno esté de acuerdo con lo que dice, porque convoca a algo, siempre pone las cosas a funcionar en la línea recta de una praxis, de una utopía, de un futuro imposible; no importa que sea tonta, ingenua o que carezca del estilo de la literatura. El graffiti viene a quebrar esa línea, a bajar al mero funcionamiento de la expresividad lisa y llana aquello que parece que ya tiene aburrida a mucha gente de tanto funcionar en los registros más nobles de la convocatoria política. Hubo tiempos en la posrestauración, en los 80, en que el intercambio del mensaje en los muros fue fuerte. Funcionaba contra la praxis de la cultura oficial, las grandes formas de la acción social (pelear, desear, la revolución, el hombre libre, el socialismo: palabras pesadas); el graffiti distendía esas zonas y al mismo tiempo era una forma modesta de ejercer una crítica, paradójicamente, por la vía de abolir la praxis mostrando que en definitiva la cultura popular no se organiza alrededor de las praxis sino de la urgencia, del contacto, de la expresión, de tocarles el culo a las pibas en el baile. Son descargas; como decía Deleuze, maquinitas deseantes en estado puro. Ahora, para hacer esta lectura yo necesito un lenguaje práxico, porque todo eso era como un gran artefacto que estaba destinado a colisionar a nivel praxis-praxis. Es el pasacalle el que definitivamente convierte en mono toda la pretensión extravagante de hacer circular un mensaje por la ciudad. Allí donde la pintada es praxis, donde el graffiti es antipraxis, el pasacalle es una abolición de la praxis. “Nati, por vos dejo de ir al fútbol”, “Luli, te vamos a extrañar”, “Petisa, feliz cumpleaños”, “Negrito, ¿querés café?”.

-También hablás de programas como el que tenía Alejandro Ferreiro en Tevé Ciudad, o los de Puglia, como escenificación del buen vivir.

-Sí, de esa forma que tienen de encontrarse, curiosamente en ese espacio de la televisión, el bon sauvage y el bon vivant [el buen salvaje y el buen vivir].

A partir de cierta época se empezó a usar el verbo “permitirse”. Interpelaba a gente de mi edad: tipos que, supongo, habían tenido su gusto enajenado en las causas políticas o abstractas o los valores superiores de la vida o la historia, pero que detrás de las barbas de Marx escondían sus verdaderas ganas de coger minitas. Entonces daba la sensación de que al grito “tenemos que permitirnos” podíamos jugar a pecar sin sentir el remordimiento de estar haciendo algo frívolo. A partir de ahí se precipitó toda una generación y aparece la segunda parte de la ecuación, que es peligrosa.

Viene un tipo, agarra una copa de vino, lo huele, lo examina con la nariz, se inmiscuye con la sustancia vino y se siente en condiciones de disfrutar de eso, así como se siente en condiciones de disfrutar de una minita o de un libro.

Me parece rara esa homeostasis entre la minita, el vino, el porro y el libro. Yo creo que ahí hay algo malo. Si el libro únicamente se resuelve en mi sistema nervioso central y no en mi espíritu -disculpame el arcaísmo-, yo creo que perdimos. Los que hinchan los cataplines con el sensorio, con la experiencia y qué sé yo... No es que el mundo no sea barroco, pero no tiene necesidad de abrazar una causa barroca.

-Pasando de sensor con S a censor con C: en el libro afirmás que las épocas de represión política colaboran con la producción de mensajes fuertes, con sentido. Puede ser visto como una defensa de la censura.

-Lo que pasa es que yo soy de los que creen que con los milicos estábamos mejor [risas].

-Ahora te estás refiriendo al comentario que, en su blog, Ercole Lissardi hizo de El miedo es el mensaje. También un artista visual un poco despistado te preguntó si eras monárquico por decir cosas parecidas a éstas. ¿No es raro que no se les ocurriera calificarte de comunista o stalinista? -Es una distinción bastante sutil, porque el acento siempre va a estar puesto sobre el ejercicio del intercambio contra un poder despótico que todo lo vacía o todo lo petrifica o marchita. El problema de la organización, del cual depende el sentido, nunca está puesto en juego. ¿Si yo no soy demócrata, luego, soy monárquico? Que yo pueda tener un concepto leninista de partido no se me tolera siquiera. No se concibe, no se me pregunta si tengo nostalgia de eso. Yo podría decir que sí o que no (no importa), pero en todo caso me defiendo de otra forma. Ahora, si yo critico la mera proliferación de mensajes expresivos y se toma como nostalgia de la vieja época militar o de los grandes aparatos totalitarios... La comunicación se vuelve tan susceptible y tan perversa que el mismo sentido es visto como un atentado a la libertad de comunicación.

Le pedís a alguien que tenga sentido lo que está diciendo y el tipo se violenta: “me discriminás”. Lo políticamente correcto -que no es precisamente la políticaes la anulación del juego político y del sentido.

-En tus libros anteriores especulás sobre la llegada al Río de la Plata de una lógica global con raíces protestantes que atenta contra el republicanismo, contra el Estado fuerte. Ahora, en este libro se puede ver el avance de esa lógica, en tanto lo que hacés es más descriptivo que en los libros anteriores, te introducís en manifestaciones más concretas.

-Es así. Si la dominación de clase se ejerce históricamente a través del enmascaramiento del ejercicio de doctrinas alienantes y la hegemonía del capital se ejerce a través de la fascinación y de la adicción, de la incorporación de los objetos al cuerpo, hasta dónde puede uno decir algo sobre esta clase de fenómenos sin llevarlos por fuerza al campo de la literatura y la ideología. El gran trabajo es llevar a estos fenómenos, que son muy raros y que no son discursivos, al campo discursivo, y a partir de ahí, hacer lo que se pueda. Es decir, defenderse con las herramientas que uno tenga: reírse un poco, aun a riesgo de que tiren un cascotazo. Por ejemplo, yo creo que el travesti es una de las figuras maravillosas de la segunda mitad del siglo XX. André Green clasificó los objetos en internalizados (aquellos de los que tengo una huella significante, de lenguaje) e incorporados (aquellos que tengo clavados en el cuerpo). Independientemente de cuáles son las marcas que permiten las categorías hombre-mujer (construcciones culturales, no biológicas, sexo y género, etcétera), son dos clasificaciones simbólicas que permiten sintetizar y organizar a futuro ciertas formas del intercambio práctico social. Ahora, si yo vivo en esas formas de intercambio práctico social no puedo deconstruir hombre-mujer sin psicotizarme, porque desarmo mi suelo. Entonces lo acepto, lo simbolizo y lo critico, pero eso es otro juego, el juego hegeliano, el de la crítica, no el de la deconstrucción. “Todo es cultural”, “todo lo sólido se desvanece en el aire”: fenómeno, pero me parece que hay un aire que es más sólido que otro. Ahora, aparecen personajes como Florencia de la V y Abigail en un hueco del lenguaje: no hay cómo llamarlos. Evidentemente es la realización alucinatoria de algo, la hipertrofia de los signos femeninos, el muchachito de barrio que iba a jugar al fútbol resulta que se ponía taquitos...

Para eso no hay nombre. Pero para esa falta de nombre tampoco existe un esfuerzo crítico del lenguaje, meramente existe la habituación: apareció ayer, aparece hoy, no me parece raro que aparezca mañana. Esa falta de drama sobre algo que aparece en el horizonte de tu cotidianidad intelectual no me parece una ganancia. Es una de las grandes pérdidas del capitalismo. Lo que aparece como un objeto incorporado, tarde o temprano, trae problemas.

-Tu actitud, a pesar de lo que indicaría la época, es la de buscar sentido.

-Absolutamente. Y si no haiga, haberá.

Debe haber. El problema es que las cosas pueden no tener sentido. Pero por eso mismo es que uno las interpreta permanentemente: terror al no sentido,

La república perdida

Sandino Núñez fue el director de La República de Platón, un suplemento que salió entre 1993 y 1995 con el diario La República.

El personal estable lo conformaban Ruben Tani y Mario Maciel, pero además de algunos colaboradores habituales (Amir Hamed, por ejemplo) proliferaba en el suplemento una multitud de nuevas firmas. Frecuentemente ilustrado con cómic erótico, Platón era más que nada una demostración de estilo: los cambios de la sociedad y los medios locales eran analizados con el lenguaje de los teóricos posestructuralistas y con el sentido del humor que había traído el posmodernismo de los 90. Dentro del grupo, Sandino Núñez aparecía como el más preocupado por la legibilidad en tanto tema en sí y en tanto característica de su propia escritura. A continuación, una síntesis de sus comentarios sobre el proyecto.

“Nunca nos dieron un Bartolomé Hidalgo, aunque nosotros habíamos aclarado en qué categorías queríamos competir.

‘Fárrago pedantesco’ era una. Platón fue el concurso de una serie de malentendidos. Lo único fiel era que éramos tres personas que escribíamos con muchos nombres, porque no había dinero para hacerlo. Nos pagaban un sueldo pero también las colaboraciones, con lo cual, para multiplicar los panes, lo que hacía cada uno de nosotros era tener veinte firmas distintas. De algo había que vivir; era un período jodido. Y había que instituir cierto discurso como una marca. No negarle posibilidades intelectuales; al contrario, dar a entender que ahí también -sobre todo ahíhabía un discurso críticamente muy potente.

Sí, yo estaba preocupado por la legibilidad ambiguamente: sigue habiendo ilegibilidad en dos puntos. La hiperinstitucionalización estatal de la escritura trae consigo fenómenos de ritualización de la lectura que son el punto ciego de la legibilidad, por lo tanto, un punto de no legibilidad. Después está la descompensación psicótica lisa y llana: tipos que hacen asociaciones libres. Era lo que pasaba con Platón: se hacían asociaciones libres porque se entendía que en ese momento el problema estaba en los altos niveles de institucionalización de la lectura. Vale decir, todas las comunidades de lectura venían armadas a priori y por lo tanto un poco de psicosis por ahí no estaba mal. El problema es que, como hay alianzas ocasionales, los psicóticos lisos y llanos coincidían en la estructura superficial con lo que se estaba proponiendo, pero después seguían siendo psicóticos. La celebración atolondrada de las diversidades, que en cierto modo tenía que ver con una especie de psicosis de la propia escritura, fue directa u oblicuamente planteada en el suplemento. El barroco, los transexuales, las estrellas del pop, lo bizarro, Marilyn Manson, etcétera. Ahora, hay un punto donde uno tiene que colgar una analítica posible, pero había gente que simplemente aplaudía el advenimiento de un carnaval psicótico como los de El Bosco.

No es que lo quiera reprimir, pero prefiero tener un vínculo intelectual con eso. Hubo un montón de alianzas ocasionales que se desvanecían. Cuando uno decía ‘barroco’, el otro también decía ‘barroco’; en la estructura de superficie coinciden los dos ‘barroco’ porque suenan igual, pero cuando alguien propone una analítica posible para el barroco, el otro sencillamente aplaude ese telón que se levanta sobre una escena barroca y lo deja siderado, alucinado. Con todo, hubo a lo largo de toda la historia de Platón, que fue breve pero intensa, muchas coincidencias.

E iba, estaba perfecto. Con respecto a la generación del 83, que en política anda reuniéndose y haciendo cosas, no me siento en absoluto identificado con ese tipo de cosas.

Y sin embargo hubo una marca generacional importante, en la forma de habitar ciertas formas no prestigiosas de la cultura. Y cierta voluntad de inflar las pelotas”.

El tren del TLC

-Hace dos años y medio, cuando parecía que el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos era un hecho, tuvimos una charla.

Al final, el tratado no se firmó y la entrevista no se publicó, pero ahora reaparece el tema del TLC: es uno de los puntos más llamativos -más allá de otras coincidencias- que justifican la alianza del Partido Comunista con el MPP en contra de la candidatura presidencial de Danilo Astori, promotor visible del Tratado.

¿Qué te parece esta vuelta del TLC?

-Lo primero que me desarma de la izquierda es la interna, el movimiento de las piezas en el ajedrez de la política de la coalición. En ese sentido vuelvo a algo que me va a terminar haciendo sospechoso de cosas jodidas: mi concepto con relación al Frente Amplio, que proviene de cierto toldo muy sesgado, tiene que ver con el concepto de frente popular y con el concepto de una alianza electoral. La alianza se fue haciendo cada vez más gorda, pero el frente popular está cada vez más desdibujado. Hay un desdibujamiento de cierta forma de concebir mesiánicamente la vanguardia política. La conclusión brillante del movimiento mismo del capital, ese movimiento que se hace como de taquito, consiste precisamente en que el MLN, de extracción blanca, cerril, territorial, gritona, barrabravista, obtiene la alianza de un Partido Comunista que está virtualmente muerto y defenestrado, por la sencilla razón de que el único punto que los conecta es la disidencia con relación al peso de Astori. Si ahí no hay una divergencia de profundo carácter político que decide jugar a negligenciarse por el hecho de que del otro lado está el capital mismo... Eso me pone bastante triste. Hay algo que funciona barriendo todo límite y todo contravalor: el hecho de que a vos el FA te invita a votar. Todo parece ser acto electoral. Los cinco años de ejercicio de gobierno parecen preparar el acto electoral y forman parte de la vastísima y dilatada performance electoral. Ahora, ¿dónde hay un signo de política, un gesto? Es muy extraño. Esto que voy a decir es monstruoso, y que Dios me perdone: yo no sé si no da para reevaluar la idea misma de política. Porque ya ni siquiera la izquierda está en juego, es la propia política. Uno no puede entender la política como el arte de lo posible. Ese juego liberal no es el juego de la izquierda, por lo menos no el que yo estaba habituado a pensar en la izquierda. La política, si no tiene una promesa imposible, no es política.