SÓLO UN PÁJARO SE SALVA DE DECIRSE

Jorge Meretta, cincuenta años de escritura

Gerardo Ciancio

Hace unos años, en la ciudad de San José, mientras Jorge Meretta leía y leía sus poemas con la entrega y fruición que lo caracterizan, en medio de una breve nube de humo y de palabras (todavía el poeta fumaba bastante y se permitía fumar en lugares cerrados), yo pensaba (en realidad, lo seguí pensando durante mucho tiempo): ¿qué hace que la poesía de Meretta promueva ciertos efectos de lectura, ciertas atenciones irrepetibles de escucha, una suspensión que arrastran sus palabras? ¿por qué la poesía merettiana está haciendo esto que vi y oí en el silencio sensible que se iba orlando ahí en San José, y en Rivera, y en liceos de barrios montevideanos, y en Salto…? La respuesta se me fue volviendo tan obvia y opaca como esta tautología: la poesía funciona porque es poesía. Al mismo tiempo, insisto en que la poesía no es el lugar de lo inefable. No lo es. Tampoco es territorio de lo indecible. Porque ineffabilis supone lo que no puede decirse con palabras, y allí discurrían las palabras del poeta. La poesía es decible, territorio, quizás limítrofe, de la decibilidad. Aquí hay cincuenta años de evidencia empírica. Una evidencia cuantiosa, proliferante: Jorge Meretta abruma con su biblioteca “personal”: vuelve bruma de significación y brumoso el paisaje de una poesía que no se torna accesible en sus sentidos últimos con la facilidad que podemos anunciar al escucharlo. Por el contrario: estamos frente a una escritura de la densidad. Ni coloquial ni posante en el lenguaje per se. La poesía de Meretta señala la historia de la poesía, sus tradiciones retóricas, sus temas universales, sus sinsabores creacionales. Pero esa señalización, esa deixis hacia el orbe poético ocurre porque creo que estamos frente a un clásico contemporáneo: un poeta tan presente como vocero de un extenso pasado de la cultura expresiva de los seres humanos.

Hoy por hoy, frente a este Debo/decir, parecería ser que asistimos a la punta de la madeja verbal que asoma hacia un cierre de cuentas (y no me refiero al libro homónimo del 2004). Cierre de cuentas que el poeta también anuncia, de alguna forma, en el apéndice poético “Trazas”, uno de sus mejores poemas, que paradojalmente, se muestra en el vagón de cola:

“La niebla es la hoja de este día
Donde quisiera escribir un árbol
Pero las ramas son miopes
Un estorbo del verde
En un tronco arrugado del papel.

Sólo un pájaro se salva de decirse”

Pero vayamos cincuenta años hacia atrás. Diez lustros de tinta ha. Allí dibuja sus poemas un adolescente que sin quererlo (o por obligación, según me dijo una vez por teléfono) devendrá en lo que ahora denomino, permítaseme el juego serio, el proto-Meretta. ¿Una escritura para coleccionistas? ¿Un archivo para no consultar? ¿Es su primer libro, Ufanía del sueño, escrito en 1958 y publicado al año siguiente, una pieza para bibliófilos o bibliómanos que visitan el pasado reciente publicado en versos? Por el contrario, más allá de las disparidades propias del comienzo, de los tropezones discursivos necesarios en la salida de los tacos del lenguaje poético, ya están, en Ufanía del sueño (algunas de las invariantes de procedimientos y temas de la obra del autor de Código mayor: su búsqueda incesante en las posibilidades del soneto (incluso hay un muy logrado sonetino y un soneto titulado “Para el tránsito del soneto” que apuesta una poética de esta forma lírica); su indagación en la compleja rítmica del verso libre; la creación metafórica como norte retórico; el erotismo; la nocturnidad (hay un nocturno que avisa de sus siguientes nocturnos, y menciono especialmente su magnífico Nocturno de Jaureguiberry), el propio discurso poético como motivo de escritura, el tiempo como la dimensión que nos hace tan humanos como mortales. Destaco además la serie “Sonetos a una Sombra”, por su fervor juvenil y su precisión temprana en el dominio de la forma, no obstante notarse el peso de una marcada fluencia de la tradición secular de la “cárcel de los poetas”, la estrofa de catorce barrotes verbales.
Pero veamos el comprensible ufanarse del poeta enamorado, ufanado de amor en el soneto que le da al poeta la mayoría de edad civil y el aviso del control escritural sobre una forma varias veces centenaria:
“La ufanía de mi vida”

“Hiere la brisa azul, amor, que ahora
entre campos de trigo y de retama
la aroma de tu flor llega a mi rama
con la fresca embriaguez que le atesora.

Di que es este el lugar y esta la hora
y este el tiempo en que Amor, amar reclama;
que no en vano se quema en esta llama
quien por querer quererte, amor le aflora

Si en las penas la dicha me departe
al penar por la dicha en retenerte,
es razón mi desvelo para amarte.

Que a pesar de alabarme por quererte,
mi laurel nunca ha sido merecerte:
¡la ufanía en mi vida fue encontrarte”

Amén del trabajo insistente sobre el soneto y su ingeniería verbal propia (cuando digo insistente digo cincuenta años, días más, días menos), encuentro en este libro debutante lugares donde el verso libre (y el semi libre), el ritmo y la pesquisa en el efecto poético, marcan un punto de inflexión en la escritura proto-merettiana:

Leo en el poema titulado “Interrogancia”:

“A qué de estos versos
Sin métrica o con ella?
A qué de este aleteo
De pájaro
Encadenado en el follaje
A qué de la miel sobre los labios
Sin la abeja?
A qué del jardinero sin jardines?
A qué del corazón su entrega?

Este Proto Meretta se expande por otros libros publicados en los años sesenta, sin que esta periodización y estructuración a la interna del corpus poético suponga rigideces metodológicas insalvables. Señalo aquí Amor casi del mar de 1963, El agua innumerable publicado ese año, La otra mejilla publicado en 1964 en la legendaria y vigente Nudo sur, Las dos memorias en el mismo sello, de 1967. Y allí dejo una puerta entreabierta (curiosamente, la puerta es un signo casi omnipresente en la escritura de Meretta) para la crítica y la investigación literarias.
Sólo me permito ahora recuperar la vigencia de la poesía ideológica de este proto-Meretta. Un libro inédito Canto a Cuba, del que aparecen algunos poemas publicados en 1961, escrito por un joven estudiante luego del triunfo de la revolución en la isla. La configuración del soneto responde allí al entusiasmo del animal político en la coyuntura latinoamericanista, que parece reverberar sobre ella misma:

“Y a ti, Fidel, hermano de la suerte
que decidió la espiga y el arado:
¡bienvenido tu cielo revelado
en un salto mortal sobre la muerte!

Bienvenido tu nombre y este verte
redimiendo a tu pueblo amordazado;
bienvenido tu paso encaminado
a derrocar las leyes del más fuerte.

Hoy América entera te levanta
con un grito de sol en la garganta
donde tuya es su sombra y su vivencia.

Porque ha sido tu ejemplo enaltecido
el despertar del hombre y su latido
con un golpe de espada en la conciencia.

Pero como debo decir palabras para presentar (hacer presente, mostrar, nunca validar, porque el valor es condición del propio trabajo) el libro que Ático ediciones publicara en su Serie Poética Breve, pongo proa hacia esta cuidada edición que concretó Melba Guariglia.

No voy a decir ahora que el libro se estructura formalmente en dos secciones “Debo” y “Decir” compuestas por diez y siete poemas respectivamente. Sí prefiero afirmar que estamos frente a un único poema. Y también quiero suspender mi afirmación para matizar: asistimos a la posibilidad de leer 17 poemas, o dos poemas articulados en diversas “cantigas”. El envión discursivo se muerde la cola: los poemas I de “Debo” y VII de “Decir”, amén de la confesión autoral en el paratexto que abre el libro, convalidan la lectura de un poema extenso. Los versos que abren el libro rezan:
Sé que debo decir, decir muy claro
Y si fuera posible con palabras no escritas
Los que lo cierran reafirman cíclicamente y casi con desespero enunciativo la inicial confesión de los primeros versos:

Es que debo decir, decir, decir,
Hasta hacer de mi voz una palabra sola.

La palabra no escrita, la palabra sola. Una escritura de varios miles de palabras cuaja en el deseo de la no – escritura, de la unicidad verbal. ¿Deseo verbocreativo? ¿Deseante de ser dios? El poeta retorna una y otra vez a esta justa no acabada, puja que deriva en una inconclusión necesaria. Por ejemplo, el cuestionamiento al adverbio, como excusa que perpetúa su insistencia de rebelión contra el tiempo:
“Me duele saber que no exista la palabra antes
Sin que nada se interponga”

El tiempo recurrido en cincuenta años de poesía: el recuerdo, la recuperación borrosa del pasado, la supuesta nitidez de la reminiscencia fatalmente evanescida, la edad de oro de la infancia que solo recuerda (despierta) por el conjuro de la palabra, la eroticidad que fue con esos seres que (no) están, los ancestros que son bruma o su sucedáneo en el recuerdo de una resistente muñeca de porcelana.
Si puede otorgarse un adjetivo a esta poesía (a una zona considerable de la obra merettiana), puedo arriesgar “poesía del recuerdo” o “estética de la remembranza”, sin desvirtuar la inscripción metafísica de sus enunciados:
“salir y entrar
Al recuerdo de ayer que llamamos todavía
Donde es difícil
Distinguir un colibrí del aire,
Un ala de un secreto”

La función memoriosa, la recuperación de lo ido, no como un mero devaneo en el llanto por la muerte del tiempo que fue, sino como un asumir que el tiempo nos constituye y, por ende, constituye el material del lenguaje, de la poesía:

“y es la memoria tan fresca y vívida
Como un puñado de uvas”

Quizás todo el peso del tiempo, y de su apéndice inevitable, la muerte, así como la presencia del lar recuperado por la enunciación poética, se resuelve en su mejor momento en el libro en el poema IV:
Leo aquí dos estrofas de este texto:

”por eso recuerdo que mi abuela había atinado
A morir con la boca abierta,
Cuidadosamente abierta
Para ordenar la cena de esa noche
Pero nadie entendió aquel argot póstumo”

Y más abajo

“Incendiar aquel cuarto sería quemarla viva
O prohibirla en sobremesas un pecado sin postre
Aunque nadie durmiera por varias noches
Temiendo que la veladora no pudiera con ella
Despavorida de alcanfor y reuma”

Y como nos atraviesa el tiempo, no acompaña o nos estructura en tanto sujetos de la historia, regreso a mi proto-Meretta para que nos deje en el recuerdo de este presente sus palabras en este último terceto de un soneto del libro Texto del día del año 1962:

“Sólo me iré, Poesía, de tu lado
Cuando la tierra al fin me haya negado
Tu mano desnudada en el rocío”.

Montevideo, Barrio Palermo, otoño del 2008