EDUARDO ALVARIZA

Eduardo Alvariza nació en Montevideo en 1959. Licenciado en psicología en 1984, vivió en Madrid entre 1988 y 1990. Escribió sobre cine en el semanario Jaque y lo sigue haciendo en el semanario Búsqueda, donde trabaja desde 1990. También publicó en las revistas Relaciones y Punto y aparte. En 1994 publicó el libro de cuentos Rojo del cielo (primer premio del concurso de inéditos de la Intendencia Municipal de Montevideo).En Ayer escuché a Miles (2001) mezcló la ficción con la autobiografía. Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías. Los textos de esta página pertenecen al libro inédito Mecanismo a válvula.

SOY ELEGANTE

Salto la cerca. Tanteo el bolsillo. Una punta sobre la piel. La ganzúa.

Pruebo. Fuerzo. Vuelvo a probar, con más ganas. Entro. Nadie. Estaba previsto. Ni un ruido. Mejor. El aparador. Porcelanas. El armario. Papeles, rápido. La cómoda. Ropa. La estantería. Un cenicero sucio. Olor, olor, ¿olor a qué? Cuatro cajas. Nada. Otro armario. Muy poco. Dos libros. Dibujos infantiles. Un portarretratos. La mujer de uniforme, el tipo un ganso. Los cajones. Revuelvo. Porquerías. Me cago en diez. Quinientos pesos. Al fin. Un ruido. Me vuelvo. Es afuera. Alguien. Timbre. La puerta. Si entra lo fajo.

Ahora el teléfono. Mierda. Otra vez el timbre. Que espere sentado. Se va.

Pero el teléfono no. Sigue. Descuelgo. Holaaaa, dice la voz. Cuelgo. Camino hacia la cocina. Otro armario. Trancado. Palanca. Salta la cerradura.

Alimentos. Whisky. Dale. El baño. La bañera. Pelos, asquerosos. El botiquín.

Frasquitos y un paquete. Dinero grosso. Ja. Se jodieron. Ahora sí. El perro del vecino. Se dio cuenta. Cómo ladra. Abro la heladera. Un chorizo colorado. Lo tiro al patio. Se terminaron los ladridos. Me voy. Soy elegante.

PUEBLO MUERTO

El humo que fue capaz de permanecer durante días resaltaba en el horizonte como una nube baja a cuadras de distancia a pesar del viento, acariciando con una curiosa perseverancia los cadáveres tendidos en las calles sin ningún orden, sin ninguna razón, sin ningún testigo con excepción de la anciana que aguardaba en una ventana alta abierta, la única de la cuadra, y luego de horas de mutismo y sentada en una silla de tres patas dijo a las autoridades que investigaban el caso ser la responsable de haber cocinado una vieja receta de su abuela, una pócima que siempre se advirtió en su familia que nunca debía ser cocinada, un mito, una superchería, cuentos para hacer dormir a los niños, algo que carecía de toda lógica, fíjense si por juntar el hígado de una huérfana hemofílica y un cura recién muerto, hojas de palmera de latitud universal, tréboles que despiertan al mediodía y ajo a discreción, es posible que suceda lo que sucedió.


SHADOW WILSON

Se llamaría Shadow Wilson, como el baterista de jazz, y sería un detective privado taciturno que viviría con lo mínimo en una pequeña habitación rentada: heladera, teléfono, colchón, un tocadiscos y un lorito, y una noche una sensual mujer le encargaría vigilar a un paralítico al que su esposa saca todas las tardes al balcón tres horas para que tome sol mientras ella desaparece misteriosamente.

No importan demasiado pero dan color a la historia algunos personajes laterales, como el hermanastro del paralítico, que es actor de teatro y puto, un vendedor de aparatos para hacer gimnasia y la señora mayor que es una lasciva en la cama.

Shadow descubriría que la sensual mujer que lo contrató, ahora su amada, es hermana de la esposa del paralítico, pero hace mucho que no se hablan.

Semejante revelación depararía algunos disgustos, un par de bofetadas y un auto que acelera en medio de la noche.

Como las mujeres se revuelcan con cualquiera, Shadow pescaría in fraganti a su amada en la cama con el paralítico y pediría explicaciones, mientras en ese preciso momento irrumpiría la esposa del paralítico que en las tres horas de ausencia siempre iba al cine, y también pediría explicaciones; pero la amada de Shadow sacaría una pistola y dispararía contra el paralítico primero y después contra la esposa, así nomás, porque le patinaba el cerebro, y Shadow le seguiría pidiendo explicaciones cuando ya tenían a la policía encima y las sirenas les iluminarían los rostros con un rojo tristeza, y su amada diría a Shadow antes de ser separados para siempre en dos patrulleros que él fue su único amor pero el paralítico una gratificante experiencia de sexo sucio, dijo Jacinto acerca del cuento que escribiría para el concurso de relatos policiales ultrabreves.

(El País Cultural – 04.01.08)